Extracto CONFERENCIA sobre BLASCO
IBÁÑEZ.
15/06/2017.
Casinet de Rocafort, 19:30 h.
Debo agradecer a Republicanos
de Rocafort, su constante brega en defensa de la cultura democrática y de
los ideales republicanos y hoy, en particular, esta invitación, a presentaros
la figura d’en Vicente Blasco Ibáñez, uno de los personajes que llenaron de
creatividad la transición del siglo XIX al XX, y los primeros años de este
último, claves para entender nuestro mundo actual. Debo agradecer a todos
vuestra presencia en este sencillo acto que pretende recuperar su memoria.
Quisiera tener –si me lo permiten– un recuerdo particular
para Juan Goytisolo, que se nos
murió el pasado día 4 de en Marrakech, Fue uno de los más importantes escritores
del siglo XX en lengua castellana. Disidente e incómodo a los poderosos, innovador
y contradictorio, vaya este poema, que he terminado esta misma tarde como
homenaje a su memoria:
La Tarde
La tarde retraída
y lenta,
se adentra
quedamente,
en el túnel del
olvido.
¿Melancolía?
No.
Herida oculta y
en apariencia
indolora.
La floresta
interior
demanda manantial
para conculcar agonías… pero tú, nos ofreces,
¡Oh señor!, con
minúscula:
Intrascendencia y
muerte.
Lo sabes, don
Julián.
A lo lejos, desde
el desierto inagotable
seguirá tronando
la voz de Juan Sin Tierra,
la tuya, que
junto al
sonsonete agudo
del clarinete
clama
contra la torpeza
del educando…
Es la tarde, lenta y retraída, la
que sigue
avanzando torpe, chabacana,
musa de un amor
al que se le niega el sexo;
música, que no es
música, que es
rugido, sí, el
tuyo, para ejecutar la tristeza.
Incorporo esta
chumbera, Níjar, a tu paisaje.
La tuya es la
sombra del vegetal.
-¿La ves?
-Sí, la veo.
Se que la sientes
ahí,
en tu tumba de
piedra de Larache, y el silencio es,
maestro,
de ultratumba, y
silba, rebota, traza figuras en la arena;
es amigo, si,
de la tormenta
interior —la tuya y la mía— en este desierto árido…
infinito.
* * *
Vicente
Blasco Ibáñez nació en Valencia en 1867
y murió en Menton (Francia) en 1928. Resulta prácticamente imposible resumir en
media hora la importancia, significación
y versatilidad de la vida y la obra (en cualquiera de sus múltiples vertientes)
de este autor. ¿Autor? Tal vez debería decir: escritor-universal, periodista, editor,
agitador político republicano, masón; orador exhuberante, audaz viajero,
colonizador en Argentina (colonia Cervantes), aventurero… Todas estas
nominaciones servirían para acercarnos a su figura, dada la complejidad de las
actividades desarrolladas por en Vicent Blasco en todas y cada una de las
facetas citadas. Un hombre de acción, sí, pero también de pasión e ingenio. Me
acercaré a su personalidad de escritor universal, sin obviar la de político y
agitador republicano. Aunque estas dos caras envuelvan a otras muchas. Mi
acercamiento será personal, desde la perspectiva del lector, del aficionado, y
exenta de la ambición del experto.
Fue en los años 80 del pasado siglo cuando recuperé la
figura de Blasco Ibáñez que tenía olvidada desde hacía más de una década.
Releí, o mejor leí, con nuevos ojos y placer creciente, la mayoría de sus cuentos,
los valencianos y los que no lo son, las novelas La barraca y Entre naranjos
y, por otros motivos, su crónica sobre El
militarismo mejicano, y sus dos novelas, tal vez, más universales Sangre y arena y Los cuatro jinetes del Apocalipsis; estas dos últimas motivado,
además, por las versiones cinematográficas sobre ellas, pensando sin querer en
como habían acrecentado la popularidad mundial del escritor valenciano. Sobre
la primera hay cuatro versiones: la de 1916, del propio Blasco; en blanco y
negro; la de 1922 con un deslumbrante Rodolfo Valentino en el papel de Juan
Gallardo el torero; la de 1941 que me parece la mejor dirigida por Rouben
Mamoulian y con un elenco de fábula: Tyrone Power, Tita Hayworth, Anthony Quinn
entre otros monstruos, y la de de 1989 dirigida por J. Elorrieta con guion de
Azcona y música de Paco de Lucía, y que sin embargo puede que sea la peor. A
cual más tópica y disparatada.
Sobre la segunda, hay dos versiones americanas. Una muda
(1921) ubicada en su tiempo (la Gran Guerra) y otra más llamativa y trabajada
pero sacada de su tiempo, ambientada en la II GM y el nazismo), dirigida por V.
Minelli, con Glenn Ford, Chales Boyer y un estupendo etc.
Así
qué, un melodrama sentimental Sangre y Arena, del que ni siquiera se puede
deducir que Blasco Ibáñez estuviera a favor o en contra de los toros (de hecho,
la novela acaba mal y el escritor subraya la brutalidad sangrienta de la
ceremonia taurina) y una historia de aventuras bélicas y corte romántico
contribuyeron sobremanera a fomentar la leyenda del Blasco Ibañez universal que
reforzarían las proyecciones privadas en su propia villa Fontana Rosa en
Mentón, una vez “exiliado” el prócer levantino. Un dato.
Casi al tiempo quedé impactado por las impresionantes
fotografías de su segundo entierro en Valencia en 1933. El gobierno de la
Segunda República, recogiendo al parecer el sentir popular, decidió trasladar
los restos del ilustre valenciano (de origen aragonés) a su ciudad natal. Su
llegada al puerto de Valencia (procedente de Menton) reunió a una multitudinaria
comitiva que le acompañó hasta el cementerio parando en el ayuntamiento en
presencia de autoridades y personalidades, convirtiéndose en el mayor
acontecimiento que había vivido esta ciudad desde tiempo inmemorial. Impresionante
el ataúd, adornado con simbología masónica. Blasco fue miembro ilustre aunque
poco activo de esta hermandad abiertamente inclinada, entonces, al
republicanismo, que exhibía así, su peso político en las instituciones de la
época. Las imágenes, de gran impacto, quedaron grabadas en el inconsciente colectivo
y relanzaron su figura en toda España. La puesta en escena del acontecimiento
desbordó lo previsto, y podría calificarse en el lenguaje mediático actual como
evento de gran relieve, como una evidente manifestación de explosión popular.
En fin, un reconocimiento tardío a su importancia universal. Puede decirse que
Blasco Ibáñez, como el Cid Campeador, ganó su última batalla después de muerto.
Sin embargo, Blasco Ibáñez, no siempre fue un personaje
tan popular ni tan querido por las masas valencianas. Tuvo tantos enemigos y
detractores como seguidores fanáticos que sobrevaloraron o desacreditaron tanto
su carrera literaria como sus aportaciones políticas.
(…)
Comentaré algunos aspectos de sus papeles esenciales como
escritor universal que envuelve al de periodista (o propagandista) y el de
político y agitador de masas, creador de una versión peculiar del
republicanismo, personal e intransferible: el blasquismo, del que seguiremos hablando.
Literariamente Blasco Ibáñez se inicia con el llamado
género folletinesco. El folletín era una novela por entregas que solían
publicar los periódicos en páginas aparte. El público lector de periódicos buscaba
con especial interés las páginas de estos encartes. En ocasiones, eran leídas
en voz alta en los pequeños casinos de los barrios de la ciudad. No debemos
olvidar que no existía la televisión, ni los móviles, ni siquiera las sesiones
semanales de cine… El analfabetismo era considerablemente mayor que el actual
en cifras, pero también era mayor el afán de las masas ignorantes en su
adoración por el saber y era mayor el respeto por la cultura escrita. Los
folletines de Blasco seguían el modelo trazado por el autor francés Eugenio Sué
en Los misterios de París. Su primera
novela Carmen fue un folletín de éxito,
aunque no tanto como La araña negra
publicado en 1892, un extenso y alambicado novelón de más de mil páginas (en
formato de libro actual, reeditado hace poco por Editorial Renacimiento) cuyo
objetivo era claramente anticlerical y apuntaba a minar el prestigio de la
Compañía de Jesús, cuyo poder en la enseñanza y en la sociedad no cesaba de
crecer.
Veamos un fragmento de la segunda parte del prólogo
redactado por el propio autor donde describe a don Tomás, el personaje
jesuítico de este folletín:
[“Su edad, unos cincuenta años; su estatura más que
regular, su defecto físico saliente, un arqueo de espaldas que casi llegaba a
ser joroba y su rostro el de un hombre que (…) tuvo el pelo rojo y ahora (…) lo
ostentaba de un color indefinido y sucio; sus mejillas chupadas, su boca
contraída por una eterna sonrisa, mezcla de la mansedumbre del esclavo y de la
abnegación del mártir, pero que en ciertos momentos desaparece para que pase
con la rapidez del relámpago una expresión altiva, sarcástica y soberbia que
parece indicar que sobre aquellos labios está en su casa pues representa el
verdadero carácter del individuo. En cuanto a los ojos (…) miraban con la
dulzura de la paloma… cuando no tenían la misma expresión cruel, avarienta y
cobarde del milano ladrón.”]
De la extraordinaria resonancia de esta novela entre las
clases populares se hicieron eco el también político republicano valenciano,
Julio Just Gimeno, y el propio Pío Baroja, vecino de Valencia en 1892, quién
recordaba que su título se estampaba sobre las piedras de las calles mediante
un sello de hierro con tinta azul. Una auténtica novedad publicitaria.
Esta moda folletinesca, muy panfletaria, fue decayendo en
el escritor y, aunque continuó publicando algunas de sus novelas por el sistema
de “entregas”, dotó a su producción de mayor sentido social e incluso universal
sin perder nunca del todo el punto de vista de su universo costumbrista y
cotidiano. Procuró acortar sus textos; buscó propagar ideas progresistas en pro
de la defensa de las libertades democrático-burguesas, de clase media ––botiguers––, a la que él mismo
pertenecía, y de sus ideales republicanos.
Blasco siguió, al principio, el movimiento literario
romántico y leyó autores como el
italiano Manzoni o el francés
Lamartine, pero volvería a cambiar sus formas estilísticas bajo el terrible
impacto de la Primera Guerra Mundial (Gran Guerra o Guerra Europea) para
internarse en los universos de la novela realista de Víctor Hugo o el
naturalismo de Emilio Zola.
La influencia del naturalismo desde su óptica peculiar
que combinaba realismo y crudeza con exotismo y fantasía, se reflejó cada vez
más en su obra posterior a los folletines. Por otra parte su desarrollo como
escritor corre parejo a su vida como periodista, y esta, a su vez, estuvo casi
siempre bajo el influjo de sus ideas políticas. Recordaré su colaboración en
los semanarios: “El Miguelete” y “El Turia”, hasta que el llegó a concebir un
proyecto periodístico propio, el lanzamiento del diario “El Pueblo”, del que será director, redactor jefe y periodista
esencial.
Todo ello sin dejar de viajar. Lo hará ya en su época
folletinesca, a Madrid, donde entró en contacto con Fernández y González,
famoso folletinista. Sus padres le obligarán a terminar la carrera de abogado,
que no llegará a ejercer como tal por dedicarse intensamente a la política
desde el republicanismo más activo contra la monarquía borbónica, como
activista contra la guerra de Cuba… como propagandista Esta actividad política
le llevará a ser perseguido por la policía en varias ocasiones y tener que huir
de Valencia, escapando en una ocasión a Argel y, en otra, más tarde, a París,
desde donde enviará crónicas al periódico “El Correo de Valencia”.
En 1911 se casará en Valencia con María Blasco que le
dará 4 hijos: Mario, Libertad, Julio César y Sigfrido (los nombres dicen mucho
sobre sus preferencias políticas y culturales).
(…)
Blasco siempre combinará la política, el periodismo y la literatura,
en este orden o al revés; sostendrá abundantes polémicas con otros políticos
republicanos de ámbito nacional o local (como Rodrigo Soriano), con el que
mantendrá un estéril combate ideológico).
Para sostener sus ideas, publicar parte de su
abundantísima producción e introducir ideas nuevas, nada mejor que disponer de una editorial propia, y así
surgió PROMETEO, editorial que creó en 1914 y dirigió durante años. Domiciliada
en la Avenida Germanías nº 33, dio a conocer, además de obras, a los mejores autores
europeos del momento.
(…)
Para comprender mejor tanto la trayectoria del Blasco
escritor como la del político y polemista republicano nada mejor que situarlo
en el contexto histórico de su tiempo. Tal vez el acontecimiento de mayor
envergadura que le tocó vivir fuese, además de las guerras de África, Cuba y la
dictadura, sobre todo la Guerra Europea o Gran Guerra, que luego hemos llamado
Primera Guerra Mundial.
España fue “neutral” en esta guerra. En parte, salió
beneficiada y empresas, empresarios, hacendados y comerciantes exportadores se
enriquecieron vendiendo sus productos a las potencias europeas en conflicto,
como calzados, alimentos, arroz (producto
valenciano que superó a las naranjas en este tiempo), armas, municiones y
pertrechos diversos. Pero la situación política generada por su no
participación, aisló un tanto internacionalmente a España, aunque Madrid se
convirtió en un centro de espionaje internacional. Blasco, que viajó y visitó
los frentes de guerra franceses, redactó una extensa crónica sobre ella que se
publicó bajo el título de Historia de la
Guerra Europea. Tanto el autor como la mayoría de los republicanos de su
tiempo eran abiertamente francófilos y anti germanófilos. El país, sin embargo,
estuvo dividido casi en dos mitades en el apoyo a los dos bandos contendientes
(los Aliados por un lado y los Imperios Centrales por otro).
(…)
No es fácil situar a Blasco sin hablar del anticlericalismo, del suyo y el de los
republicanos. Blasco mantuvo una pugna, tanto en la prensa como en sus escritos
e intervenciones públicas, una batalla de ídeas contra la opulencia y
prepotencia de las altas jerarquías de la Iglesia Católica. Entre otras
intervenciones, criticó y ridiculizó al arzobispo de Valencia, que bendijo el
envío de tropas a Cuba para contener la rebelión de los cubanos contra el Imperio
español. El escritor se refirió a los miles de jóvenes que sirvieron de carne
de cañón en esta guerra como “el rebaño gris o los hijos de los pobres”, los
únicos que de verdad iban a morir por la patria… Organizó también una
manifestación contra los Estados Unidos de América… Por todo ello fue denunciado,
acusado, juzgado en consejo de guerra y condenado a prisión.
El escritor huyó refugiándose primero en Italia,
experiencia de la que salió su libro En
el país del arte, y más tarde vuelto a Valencia en una barraca, en el
pueblo de Almácera, de donde pasó a un almacén de vinos. De esta nueva experiencia
salió, según cuenta el mismo, la que es, tal vez, su novela más celebrada, La barraca, que, curiosamente, tan solo
logró vender 500 ejemplares de los 700 de su 1ª y única edición al precio de
una peseta el ejemplar. Pero alcanzó una difusión masiva al ser publicada por
entregas en el periódico “El Liberal” que editó diez mil ejemplares (Prólogo,
pág., 8 de la edición de Plaza & Janés). La inmunidad parlamentaria le
alcanzó al ser elegido diputado, en dos ocasiones, por Valencia, librándole de pisar
la cárcel.
(…)
Rebobino para resaltar que los inicios del siglo XX serán
el punto de arranque del nuevo estilo de Blasco como escritor. Cañas y barro aparecerá en 1902, La catedral en 1903, El intruso en 1904, La bodega y La horda en
1905, novelas orientadas en distintos escenarios, y propensas a destacar por
sus contenidos sociales, rasgo que no habían tenido sus primeros escritos. Aparte
de las influencias que le llevaron por este camino, algo tuvo que ver en esto
una mujer de la que se enamoró, instalado en Madrid, Elena Ortuzar, una chilena
casada con el agregado comercial de la embajada de este país en la capital de
España, que luego se convertiría en su segunda esposa. Fue su gran amor, aunque
todo, en este sentido, se desmoronó en 1907… Viajó de nuevo a París varias
veces, e inició otra serie de novelas como Sangre
y arena (1908) o Los muertos mandan
(1909), que pueden ser calificadas de psicológicas.
Vendrán, luego, entre 1914 y 1918, sus dos novelas de
guerra: Los cuatro jinetes del
Apocalipsis, un intenso drama familiar que lleva al enfrentamiento de su
rama francesa con la de origen alemán, provocado por la contienda, y Mare Nostrum, donde aparecerá el tema
del espionaje. Más adelante, y sin parar, se sucederán obras de aventuras,
novelas históricas como El paraíso de las
mujeres, y un sinfín más.
(…)
Blasco Ibáñez, políticamente, fue un progresista defensor
a ultranza de las libertades democráticas y del republicanismo entendido según
el modelo francés con su cuño particular. La creciente influencia que ejerció
el diario “El Pueblo” (publicado con escasos medios) dotó de sentido y
organización a los núcleos de activistas y políticos republicanos que se movían
en torno al escritor, dando origen a una corriente política propia que se
conoció con el nombre de blasquismo,
apoyada tanto en sus dotes intelectuales como en una inflamada oratoria muy del
gusto de la época.
Es interesante reflexionar en torno a la concepción que
del progreso se tenía entonces, muy alejado del uso y abuso que parece el
término actualmente. No se trataba simplemente de aquello de ‘seguir siempre
adelante’, de ‘llegar más y más lejos’ como proponen los modelos actuales de la
alta competición deportiva o de la revolución tecnológica, sino de atreverse a
imaginar ideas en torno a la realización de una sociedad más libre e
igualitaria y no avergonzarse por el “adelanto” (progreso) que esto suponía.
Ello no invalidaba el carácter práctico, e incluso eficiente,
de políticas concretas que pusieron en marcha los republicanos blasquistas, sobre
todo sus innegables realizaciones urbanísticas que cambiaron la faz de la
Valencia de su época. Recordemos la ejecución de edificios como el Mercado
Central, la Estación del Norte, el Ensanche y el Ayuntamiento; el fomento del
tránsito de viajeros desde los pueblos a la ciudad y viceversa, etc., obras
públicas que estaban en el sentido del “progreso” que pretendían; pero también
el fomento de la ‘cultura popular’ (entendiendo por popular en intentar llevar a
las capas sociales más desfavorecidas, aquellas que Raimon llevó a la canción
protesta como ‘clases subalternes’) la cultura reservada a las minorías. Los
casinos se convirtieron en los centros sociales de los debates e intercambios
culturales, combinando pedagogía e información política y social.
Sin embargo, el movimiento constante del personaje Blasco
Ibáñez, entrando y saliendo del escenario político, inconstante y errático en
ocasiones por su espíritu viajero y su alejamiento de un cierto regionalismo
estrecho y pacato, le crearon enemigos y críticas tan feroces como inmerecidas,
minimizando su valor como escritor. Se le criticó duramente que no escribiera
en el idioma de su tierra. Fuera, en Madrid, se le consideraba cabeza de un
movimiento levantino, de un supuesto “exotismo” que le alejó de reconocimientos
que, sin duda, sobre todo como escritor, merecía.
El blasquismo como
doctrina no logró prender en los pueblos y comarcas de las provincias
valencianas, pero tuvo inmenso apoyo en la ciudad de Valencia…
El evidente gigantismo de su figura quedó oscurecido por
torpes interpretaciones, por prejuicios e intereses creados por gentes que no
se acercaron nunca en serio a su literatura, adoptando, sin saberlo, aquella
frase de Unamuno: “Levantinos, os pierde la estética”. Tan regionalistas o tan
rurales, digo, tan típicos y tópicos como Blasco ––suponiendo que hubiese sido
todo eso–– fueron grandes escritores como el gallego Valle-Inclán o el vasco
Pío Baroja, pero lo que en aquellos se admiró como original y novedoso, se
criticó, y con saña, en el caso de en
Vicent Blasco.
Muchas gracias.
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