En diciembre de 1936 el gobierno
republicano decidió ubicar en Benicàssim (Castellón) un hospital para atender a
brigadistas internacionales y milicianos que combatían en los frentes de Madrid
y Teruel. Una brutal guerra civil asolaba, desde julio de 1936, a una ‘España partida
en dos’[1]. De
una parte los militares rebeldes con armamento moderno y apoyos internacionales,
de otra, las clases subalternas leales a la Segunda República, tratando de
defenderse lo mejor posible.
En la desesperada defensa de Madrid, bombardeada
por la Legión Cóndor, en los momentos agónicos de la ofensiva franquista
lanzada el 7 de noviembre de 1936, como un milagro de primavera en pleno otoño,
se produjo el desfile, por la calles de la capital asediada, de unos soldados
que sabían marcar el paso, que iban más o menos bien uniformados y que se
protegían la cabeza con un casco de acero. Rosas rojas coronan los improvisados
búcaros sin agua de sus fusiles. Es el 8 de noviembre. Son algunas unidades de
las Brigadas Internacionales, en concreto, el batallón Thaelmann formado en su mayoría por comunistas alemanes “que
¾como
muchos de los brigadistas¾ habían venido a luchar contra el fascismo”.[2] Los
defensores de Madrid experimentan un subidón moral.[3] Al
día siguiente los “internacionales” sufren su bautismo de fuego en la Casa de
Campo, taponando con su sangre la brecha abierta por los “moros” a escasos
metros de la ciudad universitaria. Días después se lucha a muerte en aquel
recinto y las Brigadas Internacionales pasan a formar parte no sólo de la histórica
defensa de Madrid, sino también de su leyenda.
Una leyenda, la de los brigadistas, que se
amplió tras el Jarama, Guadalajara o Brunete... para llegar al frío y el barro
de Teruel en diciembre de 1937, donde el Ejército Popular de la República fue históricamente
brillante vencedor primero, y poco después, vencido. El sacrificio de los
brigadistas, una vez más, heroico. Una iniciativa militar abortada por
tormentas de nieve y por la superioridad aérea del enemigo. El dominio del
cielo imponía ya la suerte de la batallas libradas a ras de suelo. Eso y la
propia desorganización. Algo que comenzó muy bien y acabó mal… El ejército
“nacional” con abundantes tropas de refresco, controló la capital aragonesa, al
iniciarse el año 1938.
En este contexto de muerte y derrota [no
merecida] surgió la necesidad para el mando de disponer de un refugio donde
restañar heridas y acumular fuerzas. Idea motriz que llevó a la búsqueda de un
lugar soleado y tranquilo donde establecer un hospital que no fuese de
urgencias, para atender a combatientes de primera línea, y en particular a los
brigadistas, para que estos recibiesen toda la atención médica y el descanso
necesario, un apoyo fraternal equiparable a la solidaridad derramada en el
campo de batalla.
Más que un hospital, lo que llegó a
funcionar en la playa de Benicássim fue todo un complejo hospitalario que se
estableció en Las Villas, (chalets de factura modernista adosados a lo largo
del paseo marítimo), y el hotel Voramar, sin más límites visuales que la arena
de la playa y el suave oleaje de una mar infinita. Un paisaje, tal vez demasiado
amable ¾para
albergar retazos de vidas trágicas¾ salpicado de palmeras y pequeños roquedales que aparecen
o se ocultan a capricho de las mareas.
Hotel
Voramar. Una enfermera atiende a los heridos en una de las terraza.
El complejo sanitario alcanzó su máxima
ocupación a partir de mayo de 1937, cubriendo una doble función: prestar atención
medico-hospitalaria, y ejercer como casa de reposo. Sin embargo, y pese a su intensa
labor y eficacia probadas, fue evacuado, por fuerza mayor, en mayo de 1938. Toda
su historia, pues, la de Benicàssim y los brigadistas se encierra en el plazo aproximado
de un año, en el que fueron atendidos cerca de 7000 heridos, en los dos
aspectos señalados. Un año prodigioso para los que lo vivieron y para quienes
se ha asomado, nos hemos asomado, a los avatares que en su contexto se
produjeron.
Las razones del emplazamiento en este
sugestivo rincón mediterráneo, parecen obvias. Benicàssim, reunía “excelentes y
sanas condiciones de clima y lugar” como querían los representantes de la
sanidad militar. Tenía buenas vías de comunicación con Valencia (entonces
capital de la República) y otras poblaciones a las que estaba unida por una
carretera nacional y, además, contaba con un importante apeadero del
ferrocarril Valencia-Barcelona.
De la organización y dirección de la
residencia o complejo hospitalario se encargaron, en principio, el doctor
Dumont, que ocuparía la dirección del hospital, y el jefe político de las
Brigadas Internacionales, el comunista André Marty.[4] Villa
Pilar, segregada un tanto del resto, con un bello minarete, hizo de archivo
general del complejo, siendo rebautizada como General Miaja… El hotel Voramar
(bautizado como Villa Frente Popular) fue el principal recinto hospitalario,
contando con un quirófano, al cuidado del cirujano checo Bedrich Kiss, y varios
facultativos de diversas nacionalidades. Se aplicaron sobre la piel y huesos de
los pacientes, tratamientos innovadores para heridas de bala.[5]
Fachada
trasera del hotel Voramar con su denominación de guerra.
Las razones de su clausura parecen
derivarse del avance de las tropas franquistas hacia Vinaròs, localidad ya muy
próxima a Benicàssim. El mando republicano, como medida de precaución, optó por
la evacuación del complejo hospitalario, trasladando heridos y enfermos a otros
pueblos cercanos a Valencia o en la propia capital del Turia.[6]
Como anécdota interesante de la inquietud
que el avance enemigo producía empezó a tomar cuerpo, entre los brigadistas
hospitalizados, un cierto temor y algunos recelos. Un brigadista estadounidense
interrumpió un mitin (meeting) donde intervenían tres senadores del Partido
Demócrata de los EE. UU. que trataban de ensalzar el valor y la heroicidad de
los brigadistas, diciéndoles: “Menos heroísmo y más evacuación, antes de que
Franco nos tire a todos al mar”.[7]
La llegada a Benicàssim, alejada de la
brutal agitación de la guerra, de los combatientes heridos de las Brigadas,
gentes de casi todas las nacionalidades, etnias y colores, atrajo
irresistiblemente la atención de buena parte de sus ensimismados ciudadanos. No
sólo llegaron los brigadistas con algunos de sus jefes y oficiales, sino que lo
hicieron además varios de los más prestigiosos escritores y periodistas del
momento ¾hombres
y mujeres¾,
extranjeros también, ávidos de sensación nuevas, tal vez de noticias insólitas,
atraídos por la belleza del lugar y las costumbres premodernas de sus
habitantes. En otros artículos me he ocupado de estos mediáticos personajes:
Ernest Hemingway y Martha Gelhorn, John Dos Passos, Dorothy Parker, Ilya
Erhenburg… que fueron llegando, unas veces de visita y por pura curiosidad, y
en otras para cumplir algún encargo de sus respectivos medios informativos[8].
La mirada de Alejo
Carpentier
Entre estos variopintos personajes, llegó
también el escritor y musicólogo de nacionalidad cubana Alejo Carpentier, tal
vez el autor que fijó su mirada literaria con más ahínco sobre Benicássim y su
hospital de sangre, por ideología y sentimiento de proximidad a la causa
republicana. Carpentier un autor de enorme calidad literaria, con sangre centroeuropea
y apellido francés, se sintió un brigadista más. Así parece derivarse de la
lectura de su extensa novela con un título arrancado al formidable ballet de
Igor Stravinski, La consagración de la
primavera, escrita en 1978[9] (la
fecha en que se hizo la actual Constitución española). Avanzar por sus páginas
es acompañar a Carpentier en una aventura para iniciados en el barroco
literario y para coleccionistas de escenas dramáticas y costumbristas. Su
erudición es portentosa como lo es su arraigada fe en la revolución socialista
y en el triunfo de la República en la guerra de España.
Una mujer, Vera, que dice de sí misma: “Hasta ahora sólo he vivido a ras del
suelo, mirando al suelo (…) midiendo el suelo que va de mi impulso (…) para
girar sobre mi misma…” viaja a España. Se trata de una bailarina de
ballet, naturalmente, rusa: “Tranco,
salto, levitación (…). La danza…” En París aprende a mirar y entender “el
caballo de Guernica” que pintara Picasso; en su visita a “un Pabellón impresionante (el de la República
española) (…) por su desnudez, su altiva pobreza, junto a los declamatorios
alardes del Pabellón de Italia, rastacuero, fanfarrón y operático, centrado en una estatua ecuestre
de Mussolini”… Vera, atraviesa la frontera en Port-Bou. Observa el contraste
entre el cartel francés que anuncia el Carnaval de Niza y narra lo que
encuentra en España:
“aquí (…) mujeres vestidas de negro, hombres vestidos de negro, varios
enfermeros, soldados ¾o
milicianos, no sé…¾
que corren, gritan, se afanan, en torno a un cráter abierto en roca
gris, entre casas destruidas, de paredes rajadas, humeantes aún (…) Hay heridos
¾o muertos¾ ya que varias camillas levantan
cuerpos cubiertos de sábanas (…) Y, detrás los que sacan cosas del hoyo: una
silla de mimbre, un retrato en marco dorado, un santo descabezado, un
caballito… (…) ¾“No volverán hoy¾ dice la
niña mirando al cielo…”
Es la guerra. Los bombardeos. Páginas
atrás recordando a Van Gogh dirá: “Pero aquí se acabaron los girasoles, las pinceladas de sol en sol mayor…”
Y la bailarina llegará hasta Valencia buscando a alguien que está herido… “Así pues mañana iré a Benicàssim…”
Carpentier no es un entusiasta a ciegas.
Es crítico y hasta autocrítico. La mujer, convertida en enfermera voluntaria,
entra en un bar, abierto pese a la hora avanzada, contraviniendo una
prohibición gubernamental y en la pared, junto a los carteles publicitarios de
la época (el de Heno de Pravia…), descubre otro firmado por la FAI, que reza
así:
“EL BAILE ES LA ANTESALA DEL PROSTÍBULO: CERRÉMOSLO.
LA TABERNA DEBILITA EL CARÁCTER. CERRÉMOSLA.
EL BAR DEGENERA EL ESPÍRITO. CERRÉMOSLO.”
¾ “¿El dueño de esto será enemigo de los anarquistas? ¾digo,
riendo. ¾ Por el contrario es anarquista y de los duros. ¾ ¿Y cómo
tiene abierto el bar?. ¾Por lo mismo, de que la prohibición,
aquí emana del gobierno. Es su modo de demostrarse que a él nadie le pone el
pie encima (…).”
¿Les suena de algo? Un libro para leer y
degustar. Un referente esplendoroso, torrencial, indignado y muy actual.[10]
Regler y el valor de unos brigadistas
chinos
No fue tan solo Carpentier el único
literato con pulsiones de brigadista. Hubo bastantes, desde jóvenes poetas británicos
hasta novelistas, que transformaron su literatura en compromiso político
directo y activo, como es el caso del comisario de la XI Brigada el alemán Gustav
Regler, un autor de éxito durante la República de Weimar que participó ya en la
defensa de Madrid, y que acompañó al ejército republicano en su retirada hasta
Francia. Sus vivencias en la guerra de España quedaron relatadas en su novela
coral: La gran cruzada, en la que
curiosamente utiliza la palabra cruzada,
que sería tan explotada por el franquismo y las jerarquías eclesiásticas en
España durante y después de la guerra. Regler compartió con sus soldados las
penurias de los campos de concentración galos. Y no fueron pocas. En su periplo
francés, tras pasar por los campos de distribución, fue inquilino del más duro,
el de Vernet d’Ariège, donde se pudo encontrar desde el gran escritor Max Aub hasta el humilde y heroico
sargento Fabra.[11]
Hubo otros pero, puestos a ocuparnos de
los más olvidados, vale la pena detenerse en algunos aspectos que han salido a
la luz recientemente, a raíz de la publicación de un libro sobre el tema,[12] como
la participación de 13 brigadistas chinos en algunas de las más cruentas
batallas de nuestra guerra civil. Esta historia, recuperada por dos científicos
taiwaneses, completa y confirma la visión de unas Brigadas que, como dice un
popular cartel editado por la Comisaría de Propaganda en plena guerra civil: “Todos
los pueblos del mundo están en las Brigadas Internacionales al lado del pueblo
español”. Pese a la popularidad del cartel, y de algunas fotos en las que
también aparecían soldados de color, de nacionalidad estadounidense, este tema
de la composición multirracial de aquellas unidades de voluntarios, ha venido
siendo un aspecto olvidado o minusvalorado que quiero poner de relieve.
Razones, pues, más que suficientes para cerrar estas páginas con un brigadista
chino como protagonista. Primero una atenta mirada al cartel.
Tenemos
enfrente el cartel. Lo miramos y por muchas veces que lo hayamos visto no deja
de sorprendernos. Las tres razas principales están representadas: negros,
blancos y asiáticos con una predominancia (en orden a lo cuantitativo) de la
raza blanca. La leyenda se ajusta perfectamente a la idea que defiende. Una idea global (mundial) presidida por el
triangular y rojo emblema de las BI.
Sabemos
de la existencia de brigadistas chinos en Benicàssim, entre otras fuentes, por
el relato de Sal Birbaum, un ciudadano estadounidense de color que un buen día
emprendió viaje a España para luchar contra el fascismo, de su interminable y
mareante viaje desde Nueva York a El Havre, donde conoció a un chino llamado
Dong Hong Yick. El chino hablaba muy
bien inglés y llegaron juntos a París para marchar casi de inmediato, cruzando
los Pirineos, a España…
Yick no era más que un mote. Su verdadero nombre era: Chen Wenrao (o Maurice
Chen), nombre con el que se inscribió el formulario que rellenó a su llegada a
España. Fue trasladado en agosto de 1937 a la brigada estadounidense Lincoln,
al 24 Batallón de la XV Brigada. Vio como sus compañeros se batían en Quinto, y
tras unos días de descanso intervino en la cruenta batalla de Belchite, donde
su compañero Samuel Schiff resultó herido en una rodilla. Chen, que resultó ser
un gran soldado, recibió una bala que
entró en su pie y salió entre sus dedos. Evacuados junto a otros combatientes
(algunos chinos) el siete de septiembre, tres días después, ingresaron en el
hospital de Benicàssim.
“Los pacientes eran distribuidos según su idioma
y a Chen Wenrao se le asignó el mismo que a otro estadounidense (…) conductor
de ambulancias”. Sabemos por este
último que el chino tenía un gran sentido del humor y encajaba las burlas de
sus amigos americanos que le llamaban “papagayo amarillo”. Sin embargo, los
yanquis admiraban el buen inglés que hablaba Chen, tanto que lo creían nacido
en los Estados Unidos. Solo en parte tenían razón, ya que Wenrao, nacido en
1913 o en 1910 (según versiones) en Taishan, emigró con su familia a los Estados
Unidos de América cuando tenía ya más de veinte años. Por sus trabajos
administrativos había adquirido amplios conocimientos, incluido el manejo del
inglés, apropiados para desenvolverse en el gran país americano.
Una
vez en Nueva York, perfeccionó su inglés en una escuela pública y se graduó en
una escuela media, mientras trabajaba como camarero y cajero en un restaurante
chino. En su tiempo libre (parece increíble), participaba en actividades
organizadas por el Centro de Obreros chinos. En octubre de 1933 se afilió al Partido
Comunista y fue secretario de finanzas de la Liga Antiimperialista. Chen
recibía, estando en España, por medio de sus amigos chino-americanos, cigarrillos,
libros y periódicos. En el hospital de Benicàssim tuvo tiempo para leer y
escribir dos cartas a Nueva York “informando detalladamente de las
batallas de Quinto y Belchite”. Tomadas
como crónicas fueron publicadas en un periódico local a finales de 1937 y
principios de 1938.
En
el hospital de Benicàssim no faltaba a ninguna de las actividades habituales de
todos los pacientes: los lunes, clases de español y reunión; los martes,
noticias de la semana; los miércoles, español y cine; los jueves, concierto
semanal; los viernes, español y conferencia sobre España; el sábado, descanso;
y el domingo, alpinismo y baile semanal. Chen conoció a otros dos chinos en
Benicássim Lin Yishi y Liu Huafeng, compañeros de lucha que mientras curaban de
sus heridas dudaban sobre quedarse en España o volver a China para tomar parte
en la guerra desatada contra los invasores japoneses.
Chen
se presentó en Albacete, cuartel general de las Brigadas, con su alta en el bolsillo
cerca de las Navidades de 1938. Fue herido de nuevo, al perecer en los combates
de Gandesa, e ingresado de nuevo en
Benicássim (¿?), cosa que nos tememos
fuera posible, ya que en mayo de ese año, como sabemos, el hospital
había sido evacuado. Lo único que se sabe de cierto de la vida posterior de este
brigadista chino, que hemos tomado como ejemplo, es que retornó a su país, pues
su imagen, o la de su doble, sde deja ver en las películas documentales: Los norteamericanos en España (rodado en
aquellos años) y en The Good Fight,
rodado en USA., en los años ochenta del siglo XX.
La
historia de Chen Wenrao como la de cualquier brigadista es toda una historia
apasionante y, a veces, cuajada de sorpresas.
por José Antonio Vidal Castaño
Doctor en Historia Contemporánea
(16-11-2013)
[1] Julián Casanova: España
partida en dos. Breve historia de la guerra civil española, Barcelona, Crítica,
2013. Un libro altamente recomendable por su capacidad de síntesis para
explicar lo que fue la contienda entre 1936 y 1939.
[2] Paul Preston: La
guerra civil española, Barcelona, Debate, 2006, p. 180.
[3] Véase lo que dice al respecto el que fuera, más tarde,
jefe guerrillero Florián García Velasco, Grande,
combatiente en 1936 en el frente de Madrid, en: José Antonio Vidal Castaño, La memoria reprimida. Historias orales del
maquis, Valencia, PUV, 2004, p. 123.
[4]
El doctor Neumann era el jefe del Servicio
Sanitario Internacional (SSI), que, a su vez, estaba en contacto con los
directivos del Socorro Rojo Internacional. Éstos visitaron al socialista Manuel
Rodríguez, entonces Gobernador Civil de Castellón, con la intención de pedirle
orientación para abrir un centro hospitalario. Fue éste el que aconsejó la
visita a las Villas de Benicàssim, lugar idóneo, en su opinión, por su
“proximidad con el mar y los aires salinos de las montañas”.
[5] Para más datos, José Antonio Vidal Castaño:
“Brigadistas en el hotel Voramar” (El
Punt, 21-05-2007).
[6] Véase: http://www.aulamilitar.com/dumont.hts
[7] Rafa Pallarés: Voramar, 75
Aniversario 1931-2006, p. 25. Autoedición del folleto explicativo sobre la
historia y evolución de este emblemático hotel de Benicàssim.
[8] José Antonio Vidal Castaño: “Recordar las Brigadas
Internacionales” (El Viejo Topo), nº
291, pp. 34 a 39. Una versión, que he dedicado al que fuera deportado en
Mauthausen y gran amigo, Paco Batiste, con el título de “Benicássim y las
Brigadas Internacionales”, se ha publicado en: R. C. Torres, C. Escrivá, S.
Esparducer y J. Medina, en: Les Brigades
Internacionals a Benicàssim, Valencia, Cultivalibros, 2013, pp. 64 a 72.
[9] Alejo Carpentier: La consagración
de la primavera, Madrid, Akal, 2011. La edición consultada sigue a la
primera fechada en México, Siglo XXI, en 1978.
[10] Todas las citas utilizadas se encuentran en la citada edición del libro
de Alejo Carpentier. Pp. 11 a 20; 28 y 29; 169 y 170... y un largo etcétera.
[11] Véanse George Pichier: http://www.brigadasinternacionales.org/index.php?option=com_content&view=article&id=405:la-gran-cruzada&catid=44:croni-bi&Itemid=82
Para conocer la
situación del campo de Vernet d’Ariège, consultar: José Antonio Vidal Castaño:
“Prisionero en ‘Le Vernet’”, en El
sargento Fabra. Historia y mito de un militar republicano (1904-1970),
Madrid, Los libros de la Catarata, 2012, pp. 293-299.
[12] Hwei-Ru Tsou y Len Tsou: Los
brigadistas chinos en la guerra civil. La llamada de España (1936-1939),
Madrid, Libros de la Catarata, 2013.
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